domingo, 1 de junio de 2014

El muro respira.




Era viernes. La luna redonda y amarilla se asomaba detrás del smog. Pensé que parecía la poceta de una tasca y crucé la Miranda a la altura de Centro Plaza.  Estaba satisfecho de haber derrotado cualquier guiño de melancolía, con un chiste muy gamberro del que sólo yo me estaba riendo. Había llovido todo el día y la noche estaba fresca. El asfalto parecía un espejo negro y quebradizo. En el Boston tocaban jazz.

Marian me había escrito un mensaje diciendo que iba saliendo. No le creí. A ella no se le puede creer cuando va saliendo. Mucho menos cuando va entrando. Por eso preferí el jazz ¿Cómo va a mentir una trompeta, si lo único que sabe hacer es reír y llorar?

Me senté solo en la mesa más cercana a la terraza y encendí un cigarrillo. Tomé mi libreta de notas, e invariablemente empecé a escribir poemas que comenzaban con frases desventuradas como: “Era viernes”, “espejo negro y quebradizo”, y “No se le puede creer a Marian”. Así bebí birra tras birra. Cuando la banda dejó de tocar yo seguía el ritmo que habían dejado en el aire. Era eléctrico.

A las tres de la mañana me hicieron pagar la cuenta. Había sido el tipo silencioso de la esquina del bar durante otra noche; el cual, debo admitir, es un papel que requiere concentración, charm y misticismo. Aunque otra parte de mí decía que se trataba una excusa con la que reinventaba ese ser patético que internamente creyó que Marian iba a llegar. Coño.

Por lo menos las aceras ya no estaban empapadas y podía tambalearme sin miedo terminar de espaldas en la cuneta. Ha pasado. Me recosté de una pared buscando la estabilidad de un mundo que Miles Davis había puesto a girar, y Chet Baker detuvo con un muy dulce golpe, luego de lanzarse por la ventana. Me sentía como un punto entre paréntesis.

Estuve de pié hasta que lo escuché. Era una lenta respiración que iba increccendo. Lo primero que llegué a entender fueron balbuceos. Posteriormente me llegó alguna palabra. ¿Por fin me estaba volviendo loco? ¿el muro me estaba hablando?

Los gemidos siempre acaban con la magia, y te hacen sentir como un pendejo. Pendejo y mirón, porque quise asomarme y gritar algo. Un poco de adrenalina para la experiencia nunca va mal. Di la vuelta por una calle repleta de carros acelerados y paranoicos. Me asomé y distinguí.


No se le puede creer.


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