La voz de la Madre
Fuensanta era una fricción áspera y asfixiada, como si su garganta moliera
vidrios y arena en cada palabra. Había comenzado la torpe jornada de una mujer
que a sus noventa años, no recordaba el significado de la impuntualidad. Sólo
el sosiego la espantaba con su sospechosa placidez. Aunque le hubiesen repetido
mil veces que tenía merecido ese asiento de caoba, ese aire acondicionado y ese
bonito escritorio, era imposible para ella recibir sin una sonrisa incómoda,
luego de una vida de total entrega.
No eran las nueve de la
mañana, cuando la Hermana Pura entró con paso decidió y ceño fruncido al despacho
de la Madre Superiora.
- Madre, buenos días.
Debe disculpar esta temprana intromisión. He venido a pedirle su bendición y
consejo- Dijo la Hermana Pura pausadamente.
-Dios te bendiga, hija
mía ¿Qué problema te ha turbado a tan tempranas horas?- La Madre Fuensanta
exhaló la bendición repetida. Sintió su garganta endurecerse ante aquél familiar,
modelado y entonado: “Dios te bendiga”.
¿Qué hacía ella escuchando las cuitas de la Hermana Pura? ¿Qué acaso una mujer
no puede resolver sus propios problemas?
- Madre, ha llegado a
mis oídos una dolorosa verdad.- Reveló la Hermana Pura, con un aire profusamente
dramatical.
- La verdad sólo duele
cuando estamos contaminados de mentira, así como el alcohol a la herida
infectada- Dijo la Madre Superiora con sorprendente soltura.
- Se trata de Inmaculada,
he sido informada de que no es casta desde antes de adquirir los votos. Todo el
convento ha caído en desgracia, Madre. No sólo por el hecho de que nos han
mentido, sino por haberle dado el nombre de Inmaculada a una meretriz ¿Puede
creerlo? Inmaculada no es inmaculada.- Contestó la Hermana Pura con rabia.
-¿Y la Hermana
Inmaculada ha cumplido con todos los votos desde que se ordenó en este
convento?- Preguntó la Madre Fuensanta, curiosa.
-Sí, Madre. Pero, ¿Cómo
Inmaculada no va a ser inmaculada?- Insistió la Hermana Pura.
- ¿Y cómo la quieres
llamar? ¿Inmaculeada?- Concluyó la
Madre Fuensanta al momento que recordaba la única vez que llegó tarde. Cuando
la placidez aun no era sospechosa.
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