viernes, 21 de diciembre de 2012

La quemadura de Jimena.

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I
Me quemó con un cigarrillo mientras nos besábamos.
II
En aquél entonces yo llevaba un mullet tan exageradamente largo como descuidado y unos lentes marrones de pasta algo pasados de moda por no ser vintage, irónicamente. Santiago y yo solíamos dar una vuelta para sacarle dos antes de aterrizar en algún toque meticulosamente escogido. Esa noche tocaba Autopista Sur en Discovery, en El Rosal. Acababa de terminar de llover y el pavimento reflejaba claramente las farolas de luz amarilla que coloreaban la oscuridad de verde y morado. Los ángulos rectos finamente pulidos y las demás figuras geométricas de las que se jactaban esas grandes torres de aquella zona financiera de Caracas, destilaban el abandono de una oficina vacía, y en sus formas crecía una ciudad cubista, violácea e impúdica. Para nosotros la fantasmagoría picassiana.
 Lo primero que hicimos al bajar del carro fue prender una panga y fumarla dando una caminata errática, cada quien por su lado, frente al bar. Cuando los cigarrillos se consumieron fuimos a pagar el cover. En ese momento la chica de la entrada puso un sello en mi muñeca y me sonrío. Por alguna razón su desconsoladora sonrisa me pareció un buen augurio y di el primer paso en la cálida atmosfera de Discovery. Sendos afiches de Hendrix y Morrison colgaban de las paredes y bajo ellos una luz de neón los santificaba tomando la forma de una especie de aureola invertida.
Conforme llegaban distintos fulanos y fulanas el calor iba aumentando. La cerveza lo mitigaba acrecentando mi sed en una espiral que generalmente me dirigía a la borrachera. Fue entonces cuando la vi apoyada del respaldar de una silla hablando con una amiga y su novio. Era de esas trigueñas pálidas que uno encuentra en la capital, bastante delgada, casi sin maquillaje a no ser por el rojo carmín de sus labios. Con unos jeans de color verde y una blusa mal recortada y doblemente evocadora: por el rostro impreso de Ilich Ramírez y porque desde el ángulo adecuado te dejaba echarle un vistazo a su braseare. Me acerqué y los saludé, seguro de que algún convencionalismo social les obligaría a presentármela. Le decían Maru.
Inmediatamente me di cuenta que era de esas postmodernas-pseudointelectuales. Yo empecé a hablarle de la santísima trinidad, es decir: literatura, cine y música. La cosa comenzó con poesía pero nos truncamos en Rubén Darío. A ella le gustaba y yo aseveré que era basura. Seguimos hablando de cine hasta que dijo que Ingmar Bergman era muy lento y que Woody Allen era un pedófilo. Pensé en las semejanzas entre “Gritos y susurros” y “Septiembre”, respiré profundo y me fijé en sus caderas levemente enverdecidas, perfectamente contorneadas. Seguí hacia la música, si estaba en ese toque era porque tenía buenos gustos musicales. No sé cómo nos pusimos a hablar de los principios del rock and roll venezolano, donde es preciso  mencionar a Los 007, Los Darts y Los Impala. Hizo un silencio, titubeando, dijo que no sabía nada de esos grupos, y riéndose me preguntó “¿Tú cuántos años tendrás?” Prácticamente aduciendo a que yo era mayor que ella. Cuando le dije que tenía 19 años, sonrió y dijo que ella tenía 23. No tardó mucho en separarse de mí, y yo quedé como un idiota-sábelo-todo.
III
Sin rumbo en el bar fui a buscar un ancla y así pagué mi séptima cerveza cuando se montó la banda. Comenzaron con la potencia de “Dulce Luisa” y encendí otro cigarrillo.
“(…) Dulce Luisa que caminas, rompedor de corazones,
flores blancas por el día, terciopelo por la noche (…)”
Dentro del pub aquellos que no habían empezado a bailar el “bum ba ba bum, ba bum ba bum” o por lo menos a contonearse, miraban a la banda como eclipsados por sus palabras y armonía. Apenas alcancé a ver a Santiago me acerqué. Él se había alejado del bululú, como era su costumbre, a una distancia prudente de la banda, buscando el equilibro perfecto para escuchar el espectáculo de la forma más coherente. Ni muy pegado de la derecha, ni muy cerca de la izquierda y alejado de los gritos. Santiago erguía su dedo índice, haciendo las veces de baqueta, y tocaba un platillo imaginario en los momentos cumbres de la melodía. Yo, con una cerveza y un cigarrillo que imaginaba como un catalejo y un candil, empecé a ver alrededor.
“(…) Y que hago yo si prefiere la Estatua de la Libertad
a María Lionza partida por la mitad (…)”
Comencé a ver a la gente cantando con todo el cuerpo. Como arrastrado por un efecto dominó yo también sentí esa boyante felicidad. Ese animalito que te entra por las venas y camina hasta las puertas de tu sonrisa con un paso parecido al palpitar. Entonces la gente te mira con la complicidad y la displicencia de un dealer que se ha vuelto pana.  Luego  crees que algo oscuro te escudriña desde aquellas esquinas de Discovery que parecen nunca haber pasado por la escoba. Algo que ya conoces. Esa paranoia que te obliga a no sacar el cel en ciertos lugares, a quitarte el reloj, a tomar un taxi de línea o a no pasar por ahí, ahora te exige disimular el contento como el que esconde una piedra preciosa de las miradas ajenas, temeroso de que alguien lo despoje de ella. La paranoia ¿La paranoia? La pálida. Así empezó “El mundo al revés”.
“(…) Mi amor, no pienses que la noche
puede pintarse de un color (…)”
Me vi forzado a alejarme para salir del hueco. Aunque quizá no tuviera nada que ver, quizá el tumulto típico de la gente es el que te obliga finalmente a desistir del mejor sitio para ver y te lleva a la parte de atrás, donde al final puedes escuchar mejor porque no hay nadie cantando en tu oído. El público era una marea y yo un naufrago que se dejaba llevar. En medio de la inmersión reconocí a la postmoderna-pseudointelectual abrazada del novio de mi amiga. No sé por qué pensé en Ulises y en las Sirenas, pero sí sé por qué desde ese día no me gustan Los 007, Los Darts y Los Impala.
“(…) No quiero muñecas de Reverón,
no quiero más días tristes,
no, por favor (…)”
No era extraño sentirme así, siempre he tenido la misma afección por la estética. Hay algo en ella que me transforma en un idiota, que me hace quemar el cable. No creo sea justo catalogarme de superficial, pero considero que la belleza es superior a la inteligencia porque no necesita ser explicada. La belleza es tan innegable como el calor del sol. Pero era de noche yo estaba muy cerca de la entrada (que a los efectos también fungía de salida) y tentado a irme. Me estaba ahogando.
Mi noche habría terminado como cualquier otra de no haber visto a esta otra chica caminando en mi dirección, alejándose del gentío muy lentamente con un aire distraído y burlón. Tenía la mirada fija en la nada, no perdida, sino observando algo que sólo ella podía percibir y apreciar. Recostó su cuerpo como una pluma contra el concreto, apoyó el pie contra la pared y encendió un bullet, arrastrando la niebla a su boca. Parecía una joya cosida a una estopa, o una de esas garzas blancas y soberbias que a veces se encuentran en El Guaire, al lado de los zamuros.  Todo en ella era un acto de rebeldía, y yo parecía un perro hipnotizado por las luces de un carro. No podía dejar de mirarla aun a sabiendas de que me arrollaría.
“(…) La temperatura de nuevo subió,
aquí no hay un invierno que engañe al sol (…)”
La banda había comenzado a tocar “Caracas se quema” y mi mirada se deslizaba por todo el local como la sombra de un avión buscando dónde aterrizar de emergencia, pero que finalmente se estrellaba en ella. De vez en cuando me precipitaba sobre sus negros y ensortijados rizos, que reflejaban todos los destellos de la aurora. Otras veces me embrujaba la candela azabache que le brillaba en los ojos y asustado me desviaba a sus delgados labios. En otro momento di vueltas por sus delicadas curvas estampadas en parte por un vestido de diminutas cayenas y por una piel concha nácar. Siempre como un kamikaze del reojo, o como un vulgar buzo.
Cuando se volvió a llevar el bullet a la boca, palpó repetidas veces sus bolsillos con cara de decepción. Supe que era mi oportunidad. Me aproximé sin mediar palabra, le di rosca al yesquero y le acerqué suavemente la llama.
- A lo Mónica Belucci- Dije y ella sonrió.
- Sólo faltan diez tipos más ofreciéndome fuego, pintarme el cabello de rojo, y ser prostituta, porque ya de resto soy igualita a Malena- Dijo mientras soltaba el humo al hablar.
- ¿Y qué más fuego quieres? ¿No has escuchado la letra de esta canción?- Respondí satisfecho.
- Me llamo Jimena- Dijo.
“(…) Algunos dicen ver las llamas al bailar
 y es que Caracas sí que se quema de verdad (…)”
IV
De vez en cuando la luz entra a mi habitación lentamente, y paso a paso va destiñendo la oscuridad a un ritmo plausible. Otras veces el fulgor entra sin preguntar, sin previa negociación, de la forma más grosera, como un chorro de tinta china en un vaso de agua. Cuando desperté y me fije en la claridad que se colaba desde la cortina, sentí cómo la luz irrumpía a través de mi pupila y anidaba en un dolor que me crecía detrás de los ojos: el ratón. Pensé en seguir durmiendo pero siempre me ha desagradado el sabor de mi propia boca en la mañana, de modo que me dirigí al baño. Las primeras horas luego de  despertar (con resaca) son una especie de jardín verde de la inocencia. No haces esfuerzo alguno por recordar, no estás pensando. Pero al momento un detalle se filtra como un espectro que nos lleva a su cadáver, al hecho, a lo cometido. En este caso fue una pequeña herida circular en mi muñeca rodeada de bellos chamuscados lo que me hizo mirar atrás.
Me ardía. Intenté limpiar la pequeña herida pero me seguía quemando. Salí del baño, me senté en la cama, y encendí una panga. Lo curioso es que no podía evitar presionarla porque de alguna manera me llevaba a pensar en Jimena. La primera imagen que me llegó a la cabeza fue de dos jóvenes quesúos, cayéndose a latas de la forma más repulsiva y sexual, con arrechera. Cuando estás ebrio no hay otra forma de besar a una persona que acabas de conocer en un bar. Por más que intentaba imaginarme una cosa distinta, lucía como un animal apareándose con la boca. Pero tampoco estaba tan mal, una vez has leído suficiente Nietzsche en tu adolescencia aprendes a aceptar ciertas instancias de tu humanidad asimilando pasiones de la manera más evolucionista. De ahí venimos y por eso nos comportamos así.
V
Desde el estacionamiento detrás del Teatro de la Universidad Católica Andrés Bello, el Edificio de Módulos parecía parte de una estructura construida por alienígenas y abandonada en otros tiempos. Para ser preciso durante la época de los hombres-abeja. Dentro de unos cuantos miles de años cuando los seres humanos redescubran las ruinas de los módulos, les parecerán tan incomprensibles como Stonehedge, las pirámides, o Maccu Piccu, y pensarán que son producto de una civilización extraterrestre. Miles de geeks peregrinarán a lo que otrora fue Montalbán para abrazar las paredes, sentir energías, tener orgasmos tántricos, y fundar religiones new-new-age que hablarán sobre el regreso del planeta de los hombres-abeja cada ciclo-solar-espacial-universal deducido de un antiguo calendario que en realidad era un poster con las fechas de las últimas presentaciones de Ilan Chester. Pero Santiago se había estacionado ahí luego de que compramos caña y dimos el giro esperando a que bajara la cola.
- Marico, la jeva me quemó. Pilla la vaina.- dije, y le mostré la herida.
- Virga ¿Estás seguro que no fue un tipo? – Dijo Santiago, mientras abría el envase de sangría.
- Mamahuevo. No te caigo a mojones. Estaba tan peo que no me di cuenta. Lo peor es que ni me la donó- Le arrebaté la sangría y bebí un trago largo.
- Coño, da gracias que no te la cogiste. Ahora serías un cenicero – Dijo sin apartar la vista el envase de Don Julián, esperando el momento para recobrarlo.
- Y estaba muy chévere, pero en el trance ni le pedí su número… – Murmuré dejando la sangría sobre el capó del carro.
- Yo te vi dando vueltas, como siempre, pero no me la pillé- Él caminaba lentamente hacia el capó.
- Es rarísimo, le he preguntado a todos los conocidos que estuvieron esa noche y nadie me vio con ella- Encendí una panga y empecé la caminata errática.
- De repente te agarraste a un tipo- Por fin tenía el pote en la mano pero cuando estaba a punto de llevárselo a la boca se le resbaló y cayó al piso.
- Mamahuevo- Dije.
-Coño e’ la madre…- Gruñó Santiago.
VI
La busqué en Discovery, en Sake Bar, en El Patio, en Greenwich, en Barrabar, y en Hog Heaven. Durante meses pensé haberla visto en la calle, caminando de noche por Plaza Altamira con el mismo aire distraído y burlón, o metida en ese vagón de Plaza Venezuela que salió demasiado pronto.  Gradualmente su rostro se fue diseminando hasta convertirse en un Monet visto de cerca: una serie de manchas, colores y puntos irreconciliables, pero al mismo tiempo presentes en la multitud. Lo único que seguía en su lugar era la quemadura personificando un testigo irascible de pura cicatriz. Una memoria de piel en constante disputa con la lógica del olvido.
No la encontré.

sábado, 4 de agosto de 2012

No tiene sentido.




Quería decirte que me dolían los ojos.
Que mi estómago era un espejo
lleno de reflejos rotos,
ardores,
dolorosos requiebros
de alguna verdad devorada.

Y su luz era fría,
emanada desde las sombras
del óleo de la noche.
Brea,
la ceniza de las horas
conjugaron el ser que río:
la zoológica carcajada.

Cayó el último pétalo
 y torturamos a todas las pestañas
por el deseo escondido
sobre nuestras gargantas.

Ahora no tiene sentido
clavar imágenes
con los ojos
en el alfiletero de mis entrañas,
porque entiendo un ápice del dolor
más allá del cuerpo.

domingo, 29 de julio de 2012

Fermer les yeux





C’est très beau fermer les yeux,
ouvret mes mains d’haillon,
parler sans sens,
et repasser tes grimaces.

Écouter le vent,
jouer avec la clarté et le son.
Sauter le degré
et sentir le chaleur sur mon visage.

Nier soi-même dans une touché
naissant dans des instincts.
C’est très beau être un enfant
et savoir que je peux t'aimer.


lunes, 2 de julio de 2012

He llegado, ahí estás.


He llegado,
te he alcanzado,
me has atrapado,
nos hemos entrelazado.

Ahí estás,
pegando ceniza a las paredes,
arropada de música
y matices irreconciliables.

La noche y el día que incubas en mi garganta.
La voz que no conozco.
La palabra que no he dicho.

Y el óxido del metal en las venas,
    de dientes como rejas,
    de sangre ocre.

He llegado, ahí estás,
Ahí llegado, he estás,
Llegado estás, he ahí.

Conmigo, en mí, de mí.

martes, 5 de junio de 2012

Margariteño I.




La primera vez
que me sumergí
en tu mirada pude ver
el apurado niño
de doce años que fuiste,
manejando la bici
a toda marcha
por Costa Azul.
Mucho antes
que sus orillas
fuesen invadidas
por condominios, hoteles,
y centros comerciales.

Llegando al borde
del muelle
viste
aquél caparazón
de madera
surgido
de las olas,
y pensaste en todas
las criaturas fantásticas
que estremecieron
tu infancia isleña.

Pero al emerger
esa espalda huesuda
que pudo haber sido
de Chuíto
o de Carlos,
ninguna tortuga gigante,
ningún esqueleto
prehistórico,
te preparó
para el peñero volcado
que rompió
como un grito de marea
el nácar de la niñez.

Hoy miras aquél muelle
con la certeza
de que tienes sesenta años
por haber llegado tarde.

martes, 8 de mayo de 2012

El lamento de un pescador ahogado.



Nunca podrás ver
aquél   mar
vestido
de noche y de  plata,
que se llevaba al vientre,
como estacas,
las luces del puerto.

Nunca
estarás de pie
frente al viento
que me arrancó
de esta casa
y  me trajo
de regreso.

Nunca serás
la tormenta
que fracturó
el  mar
como un espejo
de grietas
circulares.

Nunca
serás la bienvenida
que encontró
este navegante,
luego de naufragar
y llegar a la costa
Ahogado.

viernes, 4 de mayo de 2012

Gitanos.



Somos criaturas inverosímiles
los gitanos.
Cadáveres hermafroditas
de alegría,
con las manos desgastadas
pero ávidas de caricias.
Con la muerte en la pupila
pero sumidos en la danza
de la sonrisa.
Carroñeros de miel,
cazadores de piel.
Inverosímiles criaturas
de harapo y lentejuela,
con un irreflexivo
verbo de humo
que yerra,
olvida,
y sólo cuando es tarde
recuerda.